Valoro la dificultad de las exposiciones monográficas: de un artista concreto o de una escuela artística específica. Conseguir obras de todas las épocas de un artista, sobre todo los contemporáneos, con obras repartidas por medio mundo, no debe ser fácil. Mucho que negociar y pactar con museos, colecciones, particulares… pero el discurso está hecho. Coges cualquier biografía, o un monográfico de una escuela artística, y te salen períodos, cuadros emblemáticos, y hasta un nombre gracioso para llamar a la exposición. Por eso, cada vez más, valoro y admiro cuando una exposición no tiene un camino marcado. Cuando lo que se explica, no está escrito, sino que es la misma exposición la que escribe una idea, un suceso histórico o una forma de pensar a base de obras de arte. «El arte como notario de la historia», decía la comisaria de esta exposición, Dra. Lourdes Moreno, cuando la presentaba.

Esto es lo que ha hecho el Museo Carmen Thyssen en su nueva temporal «Perversidad». Primero una historia importante y potente que contar, y luego plantear los cuadros, grabados o esculturas que lo cuenten. La historia a contar fue la revolución por la igualdad de la mujer del final del siglo XIX (nada más y nada menos). ¡Una locura para muchos hombres! Las mujeres pidieron votar, salarios de igualdad… ¡y hasta pensar! A muchos hombre no les gustó la idea y reaccionaron poniendo a las mujeres independientes, de putas para abajo. El arte y la literatura, en manos de los hombres en ese momento, también reaccionó en la misma línea. Pero como los artistas son más finos, retomaron el mito de la mujer fatal como Eva, Salomé o Salambó. Mujeres que, con las «malas artes» femeninas, llevaban a los hombres a la perdición. Y no funcionó, de hecho les dio más alas.

Todos sabemos como acabó esta lucha inicial, cuya guerra aún no ha terminado, con mujeres: emprendedoras, artistas, empresarias, con carreras universitarias y vistiendo pantalones. Pues ésta es la exposición del Carmen Thyssen de Málaga, y es una maravilla. Porque es original, potente y muy bien enlazada.
«Perversidad. Mujeres fatales en el arte moderno (1850-1950)” está dividida en tres partes, pero el hilo conductor te va llevando de obra en obra, sin cortes bruscos.

Para empezar, en una gran pared, con papel pintado de rojo como algunas casas «de esas», un cuadro que resume y reúne toda la idea de la exposición : «Sarah Bernhardt» de Georges Clarín. La imagen de una mujer pelirroja (signo del diablo), que te mira a la cara directamente, majestuosa, con seguridad y al mismo tiempo con una sensualidad y feminidad. La «Divina Sarah” fue una mujer libre, independiente, que estudió y fue empresaria de éxito, mientras mantenía todo el glamour y los amantes que le daba la gana. No se sabe si las «señoras» la odiaban más que la temían, o al revés. Como recoge el catálogo, en palabras de Mark Twain: «Hay cinco tipos de actrices. Malas actrices, actrices justas, buenas actrices, grandes actrices, y luego está Sara Bernhardt». Mirad bien el cuadro porque en toda su belleza, semidesnuda por las transparencias, el pintor le ha dado a su cuerpo forma de serpiente. Y esto sólo es el inicio.
«Belleza maldita», la primera parte de esta exposición, es el mito de la mujer fatal. Desde Salomé engatusando a Herodes, a la Carmen de Merimée haciendo lo propio con el torero y el bandolero. Me han encantado los cuadros de Franz Von Stuck sobre el mito de Salambó, una mujer fenicia (pelirroja), que acabó bailando y algo más con una serpiente. Los cuadros oscuros, con la cabeza de la serpiente mirándote tan fijamente, como los de Salambó, oscuros y malvados. Una maravilla.

Es zona de los desnudos de Zuloaga, dulces y bellos, contrastando con uno de los mejores cuadros de Julio Romero de Torres de todos los tiempos : «El pecado». Un desnudo que recuerda a la “Venus del espejo” de Velázquez, pero, en vez de Cupido, están las alcahuetas sosteniendo una manzana y murmurando. Entre las mujeres fatales no podían faltar obras de Picasso (por razones que todos conocemos), el mito de las amazonas o un gran cuadro del Museo del Prado. Me refiero al cuadro de “Kyndry”, una mujer fatal de la época del Rey Arturo, pintada con unas transparencias espectaculares, en una actitud que no sabes si está bailando o haciéndose la víctima. Más claro imposible.

Incluso mujeres fatales sin nombre, como el increíble cuadro «La maja del puerto» de Federico Beltrán Masses. Una mujer que podría llevar a cualquier hombre al cielo o al infierno con solo un gesto… y sé de lo que hablo. Ese cuadro es brutal. Y no es el único de Beltrán Masses que te deja con la boca abierta, buscad el otro cuadro, el de la “Divina Marchessa” y veréis a qué me refiero, se llama “La noche de Eva” …

Pero seguro que ya te habrás fijado en el cuadro «El chal español» de Kees Van Dogen, que estoy usando como imagen destacada en este post. Dicen mis amigas que se te van los ojos directamente a ese mantón amarillo… a mi me ha pasado lo mismo. Un cuadro que fue presentado y admitido al Salon d’Automne de París de 1913, pero justo antes de abrir apareció la policía, lo descolgó y se lo llevo. Por lo visto la policía no se fijo tanto en el chal amarillo y si en el pubis (pelirrojo), que se queda a al altura de los ojos, si cuelgas el cuadro como quería el autor (y así esta en el Thyssen de Málaga). ¡Escándalo! Pero el autor dejó a todos por mirones e hipócritas, cuando explico el cuadro. Decía que era su mujer, a la que el le mendigaba desde el suelo una migajas de amor, tal como las migajas que ella daba a las palomas. Un cuadro romántico vaya, nada de «guarreria» española. Desde entonces, muchos le llaman «El mendigo del amor» y creo que el cuadro y la explicación es, en si mismo, una perversidad… tuiter ya me lo ha bloqueado y borrado en dos ocasiones que lo he subido.
Pasaremos a la segunda parte de la exposición, «Belleza maldita», donde la imagen de la mujer pasa a ser la de la prostitución, por el simple hecho de estar en los cafés o en la vida nocturna. Pero muchos pintores empiezan a pintar a esas mujeres de la vida nocturna con más normalidad, algunas como víctimas, cuando son verdaderas prostitutas, o sin el prejuicio sexual cuando no lo son. Compañeras de vida de los artistas… e incluso ya hay alguna mujer artista. Como digo esta transición, este cambio de mentalidad que se fue produciendo en la sociedad poco a poco, aceptando una mujer libre, que sale sola o viste como le da la gana (la Belle Époque), se hace igual en la exposición. Y creo que es, junto con la dificultad de elegir obras para argumentar, el gran valor de esta exposición: la forma en la que va transitando por esta historia de la lucha de la mujer, según lo vió el arte, sin apenas saltos bruscos en el discurso expositivo. Y además presentan obras de gran calidad y muy potentes, pero … es el Carmen Thyssen, que os voy a contar.

En esta zona de belleza maldita se te van los ojos hacia el cuadro «El tango del Arcángel» de Kees Van Dongen, donde un ángel, de alas negras, vestido con chaqué (y tacones), baila con una sensual mujer desnuda. No tengo mucho que añadir a este cuadro, más que es muy grande y está en todos los libros de historia del arte. Es un lujazo tenerlo en Málaga.

Pero no os quedéis sólo en este cuadro, porque hay prostitutas pintadas, ya como pobres mujeres enfermas, por pintores que las ayudaban y querían denunciar con su obra esta explotación. Como las obras de Georges Rouault o Auguste Chabaud que transitan hacia obras igualmente duras de George Grosz , uno de los más polémicos y creativos artistas alemanes del siglo XX. Obras de hombres hechas para hombres, hasta que llegas a la «Mujer con medias blancas» de Suzanne Valadon, imagen de esta exposición y una obra sutilmente diferente. En la obra de esta artista impresionista, que aprendió de Degás y Toulouse Lautrec, la mujer no está sexualizada a pesar de estar desnuda, no está mostrando aunque con ropa ligera, la actitud es otra. Mirad bien las otras obras de esta sala y las dos de Valadon, y veréis que fino ha hilado la comisaria de la exposición. Paradójicamente se termina esta zona con obras de Picasso, normalizando con su obra las mujeres de la vida nocturna, que en otras ocasiones había demonizado.

«Nuevas mujeres» es la última parte de esta exposición, cuyo discurso ya ha empezado en cierta forma en la sala anterior, con mujeres con el pelo “a lo garçon” y ropa de la Belle Époque. Son esas imágenes de mujeres elegantes e independientes, las que hacen de transición hacia las mujeres empresarias, artistas y empoderadas de esta última sala. Y como era de esperar empieza con Coco Chanel, la mujer que liberó del corsé a las mujeres, que les puso pantalones y consiguió que la ropa no fueran unas cadenas, sino unas alas. Y además en una fotografía mítica de Man Ray…

Especialmente bella me ha parecido la «Máscara de Kiki de Montparnase» de Pablo Gargallo, un escultor que esculpía con metal y con las sombras. Sí, con las sombras. Si se expone con la iluminación correcta, como es el caso, y vas dando la vuelta alrededor de la máscara, acabarás viendo el labio completo y los dos ojos (con las sombras que produce su medio labio y su único ojo). Es increíble.
Como increíble es tener un par de cuadros de Maruja Mallo, con esas máscaras donde la mujer tiene personalidad más allá de la imagen. Increíble es tener un cuadro de Dalí, donde Gala es la protagonista, llegado directamente del Museo Reina Sofía de Madrid. Pero debo decir que en esta exposición, he descubierto a una artista que, a partir de ahora, tengo entre mis favoritas de todos los tiempos : Delhy Tejero. Una mujer a la que quisieron enseñar a coser y guisar, para que fuera una buena ama de casa, y aprendió a dibujar y pintar para ser una mujer independiente. Un símbolo.

Y no termina aquí la cosa porque hay otro Julio Romero de Torres (muy raro), y más fotos míticas de Man Ray, y una máscara de Greta Garbo… La exposición termina con el cuadro «Mussia» de Delhy Tejero, con una mujer cuya sombra son muchas mujeres. Una mujer que te mira con gallardía y majestuosidad, mientras viste pantalones de cuadros de vivos colores. Independencia y feminidad, respaldada por la sombra de muchas. En su tiempo este cuadro tuvo que ser la leche.
Parafraseando a Mark Twain, cuando hablaba de la gran Sarah Bernhardt que te recibe al inicio de esta exposición: hay museos malos, regulares, buenos y muy buenos y luego está el Museo Carmen Thyssen de Málaga.